istock_134195464.jpg

Gracias, maestro | Expansión

El mundo de la inversión está de luto. Charlie Munger, socio de Warren Buffett y vicepresidente de Berkshire Hathaway ha fallecido este pasado martes a los 99 años. En apenas un mes habría cumplido 100 años.

Como defiende el filósofo Javier Gomá, "vive de tal manera que tu muerte sea escandalosamente injusta". Así nos sentimos muchos a los que tanto nos influyó. Munger pasará a la historia por haber sido capital (valga la redundancia) en la consolidación de Warren Buffett como el mejor inversor de todos los tiempos (casi nada). Gracias a interponerse en el camino de Warren Buffett, Berkshire es hoy un gigante de $784.000 millones de capitalización bursátil -casi siete veces el tamaño de nuestra admirada Inditex- y que da empleo a más de 383.000 personas.

Munger llegó al mundo de la inversión por casualidad. Polímata de formación, cursó estudios tan variopintos como la meteorología, la física, las matemáticas o el derecho. Esta última disciplina la estudió en la Universidad de Harvard, donde se graduó magna cum laude. Pese a haber arrancado una meteórica y prometedora carrera en el ámbito del derecho, Munger decidió abandonar el despacho que cofundó y aún hoy lleva su nombre, Munger, Tolles & Olson LLP. En vez de hacer caja con su participación, en un acto de generosidad decidió donársela a la viuda de uno de los socios de la firma que desafortunadamente no tenía cómo salir adelante. Munger estaba desesperado por alcanzar la libertad financiera, tan popular hoy día, no para conducir un Ferrari, sino más bien por la independencia que el dinero da. "Los primeros $100.000 son una putada", confesó a cuenta del sacrificio que hay detrás de todo pequeño ahorro inicial. Munger también conoció la desgracia cuando enterró a su hijo Teddy de 9 años al poco de divorciarse de su primera mujer y descapitalizarse tras ambos eventos. Posteriormente perdió con 52 años un ojo tras una operación de cataratas. Gracias a la filosofía estoica supo reponerse y rehacer su vida, volviéndose a casar y formando una nueva familia.

El destino quiso que un joven Buffett conociera en 1959 a Munger en Omaha (Nebraska). Un amigo de la familia le confió la gestión de su patrimonio a Buffett porque "me recuerdas a Charlie Munger". Buffett, intrigado por saber si era un insulto o un piropo, le quiso conocer. Desde el principio conectaron a las mil maravillas y en los casi 65 años de amistad y relación profesional jamás discutieron una sola vez. Munger, un "outsider" del mundo de las inversiones, estudió a Benjamin Graham, el mentor de Buffett y obtuvo un espectacular 19% de rentabilidad al tiempo que hacía sus pinitos como promotor inmobiliario. Buffett le animaba a dejarlo todo y centrarse en la inversión.

Y así hizo. Tan brillante y genio como era, no tardó en superar a sus maestros y alertó a Buffett que la exitosa metodología (que no sus sólidos principios de inversión) aprendidos con Graham tenían fecha de caducidad, ya que a largo plazo no iba a poder escalar. Era mejor comprar empresas de más calidad aún pareciendo caras según las métricas que le enseñó Graham y disfrutar del efecto de la capitalización compuesta. Buffett tardó más de una década en hacerle caso, con el consiguiente coste de oportunidad. Errores de omisión los llamaba. La primera inversión de este tipo fue See's Candies en 1972 y fue todo un éxito (pagaron $25 millones y hoy vale más de $1.000 millones, sin contar los dividendos). Desde entonces, Buffett no ha dejado de repetir la estrategia: comprar buenos negocios a buenos precios y esperar al efecto bola de nieve. Hoy Berkshire tiene más de 100 negocios como Duracell, Netjets o Brooks, además del 9% de Coca-Cola o más del 5% de Apple, por citar dos empresas icónicas.

A diferencia de Buffett, que ha dedicado su vida única y exclusivamente a la inversión; Munger ha sido un polímata con muchas otras inquietudes y dedicaciones. El "filósofo de la costa Oeste", como Buffett se refería coloquialmente a Munger en sus primeros años de amistad, desarrolló unas ideas muy interesantes gracias a su aproximación interdisciplinar del conocimiento. Desarrolló en multitud de escritos y charlas la idea de los modelos mentales. Un servidor trató de sintetizar las ideas más importantes en una conferencia allá por 2014. "En toda mi vida, no he conocido a ningún hombre sabio que no leyera todo el tiempo: ninguno, cero". Así de contundente se mostraba a la hora de enfatizar la importancia de la lectura. Según sus nietos, Munger era un libro con patas. Devoró libros toda su vida, de todas las disciplinas: ciencia, historia, arquitectura, economía, psicología y biografías, muchas biografías. Hace no mucho, el podcaster americano David Senra, de Founders, tuvo la suerte de cenar en casa de Munger en Pasadena (California). Pese a llevar 7 años dedicados en exclusiva 365 días al año a leer biografías de personajes históricos y haber devorado más de 300 libros de genios como Steve Jobs, Walt Disney, Enzo Ferrari o Coco Chanel, Senra salió estupefacto tras ver la biblioteca personal de Munger: había decenas de biografías de personas que ni siquiera conocía, demostrando la insaciable curiosidad de Munger.

Su estilo directo en las conferencias anuales no dejaba indiferente a nadie. Munger no tenía pelos en la lengua y era en ocasiones obstinado. Lo mismo llamaba "veneno para ratas" a Bitcoin (lo hizo en 2013 a $100) que defendía el intervencionismo económico del Partido Comunista Chino. Nadie es perfecto. Hace dos años, el mundo hispano perdió al pensador Antonio Escohotado, al que tuve el honor de conocer y que compartía con Munger esa sana obsesión por el aprendizaje continuo. En un mundo donde muy pocos piensan por sí mismos y donde falta curiosidad y rigor intelectual, la figura de Munger, como la de Escohotado, es más necesaria que nunca. Munger lo tenía claro: "lo mejor que un ser humano puede hacer es ayudar a otro ser humano a saber más." Amén.

Pablo Martínez Bernal. Head of Sales para Iberia en Amiral Gestion

Lee el artículo en Expansión