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  • L' Aparté

L’Aparté N°3, la carta de Amiral Gestion

El ESG y sus retos: las claves de la historia

ESG, el gran salto de la historia

Billones de euros. Es el volumen de los fondos gestionados de acuerdo con un enfoque «responsable». En todo el mundo. Y especialmente en Europa, donde los cambios legislativos han acelerado a buen ritmo el desarrollo de este tipo de inversión. Solo en Francia, el estudio de AFG de mayo de 2020 cifraba la inversión responsable en 1.86 billones . Desde entonces, esta cifra claramente ha sido superada.

El número de fondos certificados marca récords año tras año. Los flujos hacia los valores «verdes» están elevando sus valoraciones a tales niveles que los analistas tienen que ser sumamente creativos para justificarlos según los cánones económicos tradicionales. Las empresas están modificando sus discursos para tratar de aprovechar este maná inesperado de la ISR, intentando que sus acciones se vean arrastradas por esta fiebre de compras. Hay que decir que, entre la E, la S y la G, hay pocas empresas que no tengan una historia que contar.

Ante este fenómeno de masas, algunos analistas siguen siendo escépticos o incluso críticos. Los grandes inversores, que han cimentado su éxito en un profundo escepticismo sobre los movimientos de masas, rechazan la vaguedad tanto de las empresas como del sector de la gestión de activos, una cortina de humo facilitada por la multiplicidad de conceptos. En su lugar, reclaman marcos normativos claros y obligatorios para todas las empresas mediante el establecimiento de reglas del juego, que serían mucho más eficaces que un movimiento que queda a merced de las empresas. Ante la urgente necesidad de luchar contra el calentamiento global, no basta con una certificación verde; reclaman un impuesto sobre el carbono. Ante la lacra de la adicción digital, reclaman una normativa que estipule las reglas de diseño de las aplicaciones. Y en general, señalan el conflicto entre el discurso de buena voluntad y la obligación de las empresas de lograr beneficios en un mundo competitivo. El director de inversiones sostenibles cesado de Blackrock, Tariq Fancy, echó más leña al fuego al declarar este verano que la inversión ESG era «un placebo peligroso», «una distracción letal».

El propio profesional honesto de la ESG conoce bien su disciplina y su dificultad para ejercerla. Disparidad de la información publicada por las empresas debido a los diversos métodos y ámbitos de aplicación; escasa correlación entre las calificaciones otorgadas por las agencias externas debido a los sesgos metodológicos (las calificaciones de las empresas dependen en gran medida de quién las emite); baja consideración de las particularidades de la actividad de la empresa (un productor de acero siempre tendrá una huella de carbono superior a la de su distribuidor, pero a veces se comparan del mismo modo); sesgo de comunicación en las evaluaciones (al no contar con los mismos recursos para responder a los numerosos cuestionarios enviados por las agencias de análisis, las empresas pequeñas reciben sistemáticamente una calificación inferior a las grandes)… La lista de las limitaciones del ejercicio es larga. En lugar de hacer aquí un inventario completo ―y fatigoso― de las frecuentes protestas contra la disciplina, es preferible remitir al lector al estudio de 214 páginas publicado por la Comisión Europea en noviembre de 2020, que es plenamente consciente de los problemas.

Ante este aluvión de críticas y con problemas a menudo difíciles de resolver, cabe preguntarse si esta lucha realmente conviene. En realidad, como ocurre a menudo ante un horizonte difuso y con grandes dificultades, echar la vista atrás en la historia permite darse cuenta de que otras épocas se han enfrentado a situaciones similares y han ido superando los obstáculos en la búsqueda ininterrumpida de una lógica.

« Echar la vista atrás en la historia permite darse cuenta de que otras épocas se han enfrentado a situaciones similares.»

La historia de las normas contables, una guía esclarecedora sobre los desafíos de la contabilidad ESG

Cualquier inversor da por sentada la publicación de las cuentas de las empresas. ¿Cómo podría invertirse actualmente en las acciones de una empresa sin tener la menor idea de su capacidad de generar resultados, sin poder cuantificar sus flujos de caja o sin conocer la situación de su balance? Sin embargo, se trata de un avance relativamente reciente, desarrollado principalmente a lo largo de los últimos cien años.

No sería hasta finales del siglo XIX cuando nació la necesidad de compartir información financiera con terceros. Empezando por la comunidad inversora. La construcción de los ferrocarriles estadounidenses requería tanto capital que incluso las familias más acaudaladas del país no podían llevar a cabo los proyectos sin capital externo. Por primera vez en una escala semejante, un sector estaba dirigido principalmente por profesionales que rendían cuentas a los inversores (a menudo ingleses y, por tanto, lejanos). Fue así como nació la contabilidad moderna. Sin embargo, esos datos eran, como mínimo, irregulares y dependían de la buena voluntad de las empresas.

A menudo no veían sentido en publicarlos, incluso información tan básica como su facturación, por miedo a que ayudara a sus competidores. En la oscuridad total, el inversor se basaba principalmente en el buen criterio de su banquero y no en un análisis detallado de los estados financieros. La mayoría de las veces, la existencia de un dividendo (el cupón) permitía suponer que la empresa era rentable. Sin embargo, no era una fórmula infalible y algunos directivos sin escrúpulos se limitaban a repartirlos recurriendo a lo que hoy se conoce como primas de emisión, es decir, al dinero inyectado por los propios accionistas y no a los beneficios, que muchas veces no existían.

Durante varias décadas del siglo XX, los acalorados debates entre profesionales y las graves disputas entre expertos dieron forma a la práctica contable, antes de que naciese un organismo regulador que pusiera orden y facilitara las comparaciones. En efecto, el término US GAAP, siglas de Generally Accepted Accounting Principles (Principios de contabilidad generalmente aceptados), que define el idioma común de las normas contables estadounidenses, demuestra que la costumbre precedió a la norma. La práctica precede a la ley, no al revés.

El concepto de depreciación, por ejemplo, que ahora es universal y que reparte de manera inteligente el coste de una inversión a lo largo de la vida útil de un activo en la cuenta de resultados, fue objeto de burlas y críticas, porque se consideraba una forma de suavizar los beneficios de la empresa. ** Cabe señalar que muchas empresas amortizaban los activos en función de los beneficios y no del desgaste físico estimado del activo. Estos conceptos se fueron perfeccionando a lo largo del tiempo y no fue hasta la Gran Depresión cuando la SEC, creada en 1934, obtuvo la autoridad para hacer cumplir una serie de prácticas contables. Tras varios intentos fallidos, no sería hasta 1973 cuando el actual FASB*** (Financial Accounting Standards Board) establecería realmente la codificación de las normas contables. Algunos intentos ambiciosos, como la revalorización anual del balance en función de la inflación, fracasaron. Otras innovaciones permitieron plasmar en cifras realidades que la contabilidad no había sabido apreciar anteriormente. Un buen ejemplo de ello es la fórmula derivada del trabajo sobre la valoración de opciones publicado por los matemáticos Black y Scholes en 1973. Así, la disciplina de la contabilidad ha crecido enormemente con el tiempo y ha evolucionado en al menos cuatro dialectos. Además de la contabilidad financiera para los proveedores de capital, se ha hecho indispensable el control de gestión, que permite al directivo identificar y activar las palancas internas de la empresa. La decisión de los gobiernos de aplicar impuestos a las empresas llevó a adoptar la contabilidad fiscal, que era independiente de los estados financieros y ya no podía ser arbitraria ni depender de la buena voluntad de los directivos. Por último, algunos sectores regulados o que deben demostrar su solvencia, como la banca y los seguros, tienen el placer de llevar un cuarto tipo de contabilidad según normas prudentes, específicas de su actividad, para que su autoridad de supervisión les autorice a continuar su actividad. Ninguna de estas normas es inamovible. Siguen cambiando en consonancia con la práctica contable, la evolución de los modelos empresariales y las opciones políticas. Por tanto, el objetivo de las normas contables es resumir situaciones sumamente complejas reduciéndolas a datos cuantificados. Los datos ESG son un nuevo ámbito de trabajo que aún está dando sus primeros pasos.

« Durante varias décadas del siglo XX, los acalorados debates entre profesionales y las graves disputas entre expertos dieron forma a la práctica contable.»

¿Un quinto dialecto?

La información ESG, solicitada por los inversores y por las agencias especializadas en la calificación de los distintos pilares, podría convertirse en todo un nuevo ámbito de contabilidad, esta vez para la empresa. Necesarios para comparar empresas, estos datos reducen las realidades diversas a una cifra, lo que permite objetivar la realidad mejor que los largos discursos. Pero su definición y organización no son decretadas por un órgano tutelar. Las empresas se ven inundadas de solicitudes y agotadas con peticiones de cuestionarios de todas partes, cada una con su propio prisma de análisis. Los datos ESG están probablemente en la misma fase que la contabilidad financiera a principios del siglo XX.

En la actualidad, al igual que sucedía hace un siglo con la información contable, los datos que se publican se basan en declaraciones y son fundamentalmente un ejercicio de autoevaluación, por lo que su idoneidad es discutible y conlleva el riesgo de errores metodológicos o incluso de engaño. La Comisión Europea ya había realizado los primeros esfuerzos de normalización a través de la Directiva sobre información no financiera (NFRD, por sus siglas en inglés) al objeto de mejorar el marco de la información publicada por las empresas. Pero dicho texto tenía una importante carencia: los indicadores no estaban suficientemente normalizados. Así pues, cada empresa era libre de seleccionar la información y las metodologías de cálculo para cada uno de los temas que imponía el reglamento. La NFRD será sustituida en breve por la Directiva sobre informes de sostenibilidad corporativa (CSRD), que se aplicará a un mayor número de empresas a partir de 2023 para normalizar aún más los datos y sistematizar aún más las auditorías, y ya podemos anticipar que otros requisitos reforzarán aún más el sistema. El mundo ESG se convertirá en una enorme oportunidad económica para las empresas de auditoría, pero también para grupos como Bureau Veritas y otras firmas del sector de la inspección, ensayos y certificación, cuyos ingenieros están en perfectas condiciones para realizar evaluaciones medioambientales de las empresas en todas sus dimensiones. La firma de auditoría PWC, al igual que las otras «cuatro grandes», está preparando su artillería y ha previsto aumentar su plantilla en 100.000 personas durante los próximos cinco años para incrementar su capacidad en este ámbito. El tren de la armonización y la mejora de los datos está en marcha.

« Los datos ESG están probablemente en la misma fase que la contabilidad financiera a principios del siglo XX.»

¿Puede el capitalismo valorar la virtud?

Por su parte, el regulador europeo presiona al sector de la gestión de activos para que unifique sus prácticas, mejore su transparencia y adopte un idioma común: SFDR *** Sustainable Finance Disclosure Regulation, Taxonomy, TCFD, *** Task Force on Climate-related Financial Disclosures, etc. Esta sucesión de normativas que imponen una divulgación de información cada vez más densa no debe hacernos perder de vista el objetivo principal del regulador: alentar a los actores del capitalismo a dirigir su capital hacia empresas virtuosas. En la jerga financiera, a esto se le llama reducir el coste del capital para las empresas. Dicho simple y llanamente, implica aumentar el precio de los buenos resultados, reducir su coste de financiación y, de este modo, premiar la virtud.

Ante los riesgos medioambientales, y en concreto el del calentamiento global que se cierne sobre todos; ante los que, excluidos de un crecimiento económico increíble alentado por la innovación, pero que no solo ha dejado ganadores; y, por último, en respuesta a la repugnancia que siente parte de la población sobre cierta remuneración de directivos que se considera escandalosa o incluso inmoral, el poder real, a través de este cóctel de tres letras, pide así al capitalismo que se autorregule. Para salvar cada uno de los pilares en los que se apoya y sin los cuales este sistema no puede continuar. ¿Y qué puede ser más inteligente que regular el capitalismo diseñando un sistema que enriquezca a los que se consideran más virtuosos y penalice a los que actúan como si no pasara nada?

« El poder real, a través de este cóctel de tres letras -E, S y G- pide así al capitalismo que se autorregule.»

Aunque la idea es buena, se puede entender a los que se quedan con ganas. La situación es realmente incómoda para el mundo financiero, cuyo objetivo es financiar la economía, pero al que se le pide que financie solo a una parte de la economía. En la vida real, los sectores que emiten mucho CO2 siguen estando permitidos. Las prácticas sociales o de gobierno agresivas siguen siendo legales, siempre que respeten un determinado marco normativo, distinto de un país a otro. ¿Carece de valentía el poder para pedirle al sector financiero que desempeñen un papel para el que no están diseñadas? Parece evidente que las finanzas por sí solas no pueden lograr la sociedad ideal y que la regulación debe abordar las cuestiones sociales fundamentales una por una. No obstante, las finanzas tienen un gran papel que desempeñar, ya que siempre han dado forma a la realidad alentando los modelos de negocio e impulsando el gasto en investigación y desarrollo (I+D). El papel de las finanzas responsables puede ser el antecedente de un movimiento normativo más amplio. Aunque para muchos resulte frustrante, los legisladores ―al menos en Europa― están recurriendo ampliamente a la vía indirecta para conseguir su objetivo. Entre varios métodos imperfectos, este es quizás el mejor enfoque. En primer lugar, porque a veces es difícil ponerse de acuerdo sobre lo que constituye un comportamiento positivo o perjudicial. Los debates sobre la energía nuclear en el contexto de la taxonomía verde europea (que consiste en identificar las actividades percibidas como limpias o no) son una muestra de esta dificultad. Los franceses apoyan esta energía descarbonizada, mientras que los alemanes se oponen a ella, argumentando que genera residuos peligrosos que no pueden tratarse del todo. En cambio, el gas es bienvenido en Alemania, porque combina bien con las energías renovables intermitentes y emite menos CO2 que el carbón… Los compromisos adquiridos por un país con los demás en el marco de los tratados también complican enormemente las cosas. A falta de una gobernanza mundial, la necesidad de coordinación entre los países frena los esfuerzos de reforma cuando estos existen. Por ejemplo, si una zona decide aplicar impuestos al carbono, ¿podrá protegerse dentro de la OMC gravando igualmente las importaciones? Las dudas sobre las reformas son comprensibles cuando resulta imposible actuar solos a riesgo de destruir la propia competitividad. Aunque ha tenido innegables efectos positivos, el mercado europeo del carbono dentro de la UE también ha penalizado fuertemente a las industrias pesadas nacionales y ha favorecido las inversiones fuera de nuestras fronteras (el fenómeno de «fuga de carbono»). Afortunadamente, ahora hay una fuerte voluntad de avanzar en ese sentido. El cambio de liderazgo en Washington también podría acelerar enormemente la situación. China ya es consciente de que la fábrica mundial sabe que se quedará sin acceso a muchos mercados dentro de unos años si no mejora sustancialmente su balance de CO2. La legislación no siempre cuenta con las herramientas para hacer frente a un problema social evidente, porque la solución aún no existe. Hay que alentar muchas innovaciones para lograr las soluciones del mañana, pero es imposible definir a priori lo que funcionará y lo que no. ¿Prohibir el plástico? Actualmente es imposible o incluso contraproducente para la mayoría de las aplicaciones, pero las autoridades pueden utilizar diversos medios para recompensar a los actores centrados en esta cuestión, inventando nuevos materiales, trabajando en el reciclaje y el ecodiseño, fomentando la reutilización de los envases y el desarrollo de la venta a granel, etc. Muchas iniciativas que requieren una gran inteligencia colectiva, que permitirán mejorar con el tiempo. Por el contrario, una normativa demasiado rígida o un regulador demasiado dirigista podrían matar la creatividad necesaria para un hallazgo tecnológico o científico. El legislador cumple su papel a base del palo y la zanahoria: por un lado, provoca miedo amenazando con prohibiciones, lo que lleva a los fabricantes de todas las etapas de la cadena de valor a innovar para sobrevivir. Por otro lado, promueve un sistema que recompensa a los que son parte de la solución, disparando sus valoraciones a niveles estratosféricos (el especialista noruego en depósitos de plástico Tomra cotiza a 70 veces su beneficio esperado para este año).

« China ya es consciente, la fábrica mundial sabe que se quedará sin acceso a muchos mercados dentro de unos años si no mejora sustancialmente su balance de CO2.»

De ahí surgirán soluciones que darán lugar a una normativa adaptada a la nueva situación. ¿Logrará la venta a granel resolver los numerosos desafíos a los que se enfrenta? ¿Serán suficientes las innovaciones en materia de diseño ecológico, materiales y reciclaje, sobre todo químico, para que este material vuelva a ser ampliamente aceptado? Nadie tiene la respuesta y, de momento, el legislador se contenta con crear una emergencia.

Por último, a nivel más global, las siglas ESG son un «poder blando» eficaz, y en algunas cuestiones más relevante que la regulación, ya que animan a las empresas a adoptar buenas prácticas en todas partes, incluso lejos de su país de origen. En la era de la globalización, del dumping fiscal, social o medioambiental, las siglas ESG vienen a recordarnos los comportamientos tóxicos en el extranjero, sobre los que la regulación del país de origen puede hacer poco. Una controversia ecológica o relativa a los derechos humanos en el otro extremo del planeta es una grave penalización que el mercado impone a la valoración de la empresa. Con más de un tercio del mercado mundial de la inversión responsable, Europa puede exigir datos a empresas de todo el mundo. El liderazgo de la Unión Europea en el establecimiento de normas ESG es un importante activo político en ese sentido y podría definir las prácticas y el marco regulador que pronto se exigirán a nivel internacional Así, aunque podamos lamentar o comprender el enfoque demasiado blando seguido por el legislador, una cosa parece segura: en temas esenciales, empezando por los gases de efecto invernadero, la regulación seguirá surgiendo y estructurándose. Bajo diversas formas (prohibiciones aceleradas, impuestos, etc.) y en una medida y según un calendario que nadie conoce. Para los inversores, preocuparse por estas grandes cuestiones ESG es sin duda una forma de contribuir a los cambios sociales deseables, pero también una forma de prepararse para los inevitables cambios sociales, que a veces serán brutales. Tienen que pensar en el futuro e invertir en empresas que sean pioneras en la transformación de su propio sector. Al igual que la contabilidad dio un gran salto cuando los gobiernos decidieron aplicar impuestos a las empresas, invertir desde una perspectiva ESG será aún más importante cuando los beneficios de las empresas se vean afectados desde el punto de vista financiero por los requisitos de sostenibilidad. No cabe duda de que la fiabilidad de los datos, en la que se está trabajando actualmente y que todo el mundo exige, empezando por las propias empresas, será también el punto de partida de las innovaciones fiscales que penalizan a los rezagados. La evolución de la fiscalidad del CO2 es un modelo que podría reproducirse para muchos otros temas: primera publicación de los datos, seguida de la implantación de un sistema impositivo cada vez más coercitivo, ampliado a más sectores y adoptado en más países. La inversión ESG y la realidad económica tendrán que converger y dejarán de ser los dos mundos separados que a veces coexisten hoy.

« La inversión ESG es un largo camino y el sector de la gestión de activos apenas acaba de subirse a ella.»

Como hemos visto, el tema de la inversión responsable es mucho más complejo de lo que parece y aún está dando sus primeros pasos. Al igual que en la disciplina contable, se cometerán errores y se analizarán a posteriori como puntos muertos. Planteamientos simplistas que se denominarán errores de juventud. Y, al contrario, habrá innovaciones que harán avanzar la disciplina en la dirección correcta. La inversión ESG es un largo camino y el sector de la gestión de activos apenas acaba de subirse a ella.

Ante el riesgo de despiste, ¿cuál es el enfoque correcto para el inversor responsable?

El contacto pragmático con la realidad y las empresas es el mejor antídoto ante un pensamiento un tanto idealista y fuera de lo común que consiste en invertir solo en lo que agrada a la vista. Actualmente, para complacer a las agencias, no hay que emitir CO2, por lo que muchos grupos venden sus activos problemáticos (un yacimiento petrolífero, una central eléctrica de carbón) para volverse a ganar el favor de los inversores. Sobre el terreno, en la realidad, nada cambia: el activo cambia de propietario, pero sigue emitiendo CO2, el comprador ha hecho un buen negocio aprovechando la posición de debilidad del vendedor que se vio obligado a vender. El sistema, a su pesar, beneficia al vicio. Algunas empresas incluso llevan el vicio al límite y han hecho de esta lucha de poder su modelo de negocio. Lógicamente, las presiones para vender los activos contaminantes facilitan el discurso del marketing, y quizás da buena conciencia, pero son una pista falsa. Una práctica más sutil, menos espectacular pero más eficaz, sería observar no solo la instantánea de la empresa, sino también y sobre todo su proceso de mejora y, por tanto, sus inversiones. No mirar solo el balance, sino también el organigrama de inversiones. ¿Quién hace más por el planeta: la petrolera que vende sus activos problemáticos a bajo precio a una empresa que no cotiza en bolsa y que está fuera del radar de la inversión socialmente responsable, ¿o la petrolera que sí conserva sus activos históricos, pero cuyas principales inversiones se dedican a las energías renovables y a la química verde? La respuesta es evidente, pero este enfoque es actualmente un punto ciego para los fondos de ISR. En ese sentido, la industria promete demasiado, incumple expectativas y la causa es perder tiempo.

« Mañana, un cliente necesariamente preocupado por su huella de carbono evitará a un proveedor en favor de otro en función de su huella de carbono.»

En cambio, otras innovaciones también revolucionarán ciertas prácticas. El mundo financiero está indexando cada vez más los tipos de interés de los préstamos a determinados criterios de ISR (bonos verdes/sociales), un maravilloso invento que podría provocar mejoras palpables, siempre que los criterios sean lo suficientemente rigurosos y exigentes, y que podrían ampliarse o incluso sistematizarse. Imagine que el tipo de su préstamo hipotecario variase en función de las obras de eficiencia energética realizadas en su vivienda. El cálculo de las emisiones de CO2 definido por el Protocolo de gases de efecto invernadero, que consiste en analizar toda la cadena de valor de un producto, antes y después, a través de los famosos cálculos del Ámbito de aplicación 1 a 3, es complejo de aplicar, pero constituye un enorme factor de mejora global: mañana, un cliente necesariamente preocupado por su huella de carbono evitará a un proveedor en favor de otro en función de su huella de carbono. La influencia es global y podría provocar un potente efecto dominó en todo el mundo. Cada vez más, la remuneración de los directivos se vincula a la mejora de ciertos factores ESG clave de su organización. Saber que los directivos de las empresas, grandes y pequeñas, se levantan por las mañanas pensando en estas cuestiones sociales es, lógicamente, algo positivo. Tal vez algún día los medios de comunicación informen sobre los resultados ESG de las empresas igual que lo hacen hoy cuando publican sus resultados financieros. ¿Qué indicador ESG será el equivalente al BPA? *** Beneficio por acción

Creemos que la actitud correcta que hay que adoptar en esta disciplina en desarrollo es un proceso continuo de progreso y formación. La facilidad con la que la industria ha diseñado fondos que ofrecen una atractiva promesa de marketing, favoreciendo los temas más de moda y menos conflictivos, pero olvidándose de analizar la calidad de los modelos de negocio y la disciplina de valoración, algún día se considerará probablemente una pista falsa, especialmente si los resultados financieros no están a la altura de las altísimas expectativas actuales. Junto a las empresas «Happy Few» (pensamos inmediatamente en los actores puros de las energías renovables), la mayoría de los sectores, y las empresas que los componen, necesitan transformarse internamente para innovar y, por tanto, contar con el apoyo de los inversores. Las empresas más pequeñas, para las que el término finanzas responsables está a veces lejos de sus preocupaciones principales, han de tomar conciencia de la importancia de publicar sus datos ESG. Deben asumir la idea de que se trata de un proyecto ineludible que no es una simple fantasía que pasará con el tiempo, sino todo lo contrario. En Amiral Gestion, creemos que también depende de los inversores hablar con los emisores sobre la materialidad de su negocio, para que entiendan lo que está en juego, para animarlos a que tomen la iniciativa en la transformación de su sector, que es una fuente de oportunidades, y para que comprendan el riesgo que supone no tomar medidas suficientes. Tienen que animar a las empresas a hacer lo que tiene sentido de forma práctica, no a encubrir los problemas que causan preocupación, como sucede actualmente. Deben hacerles ver hasta qué punto una controversia puede perjudicar la imagen de la empresa, animarlos a poner en marcha todos los mecanismos para reducir este riesgo (política de conducta empresarial, mecanismo de denuncia, etc.) e incorporar el resultado de estos intercambios a su análisis, como ya hacen con muchos criterios financieros. Deben desconfiar, e incluso rehuir, de las empresas que practican la evasión fiscal, pues sus efectos son muy perjudiciales, y cabe esperar que se vuelvan imposibles. Deben desempeñar su papel de accionistas responsables en las juntas generales. También deben contribuir a la construcción de un marco normativo pertinente para la inversión ESG del futuro. Por último, deben incorporar todos estos ángulos de comprensión en su evaluación global de la empresa, para tomar decisiones de gestión bien fundadas que aúnen responsabilidad e inversión y no las consideren de forma aislada.

Es en estas condiciones cuando la inversión responsable cobra todo su significado.